Esa tarde del 29 de diciembre, Pricila, una niña de 8 años, jugaba con sus muñecas en la vereda. Imaginaba que aquel preciado regalo, entregado por papa Noel hace algunos días era prueba de que la magia existía; que el mundo no era tan gris tormentoso y que tal vez, sus sueños de una vida mejor para ella y su madre podrían hacerse realidad.
Con ese pensamiento voltio a
mirar aquella mujer que le daba todo lo que podía, esa fémina cuyas manos maltratadas eran reflejo de la vida de ardua labor y penurias, que hacía de todo para llevar un pan a la mesa.
Su progenitora siempre realizaba su labor con una sonrisa, acomodando la mercancía en el estante improvisado o seleccionando la mercancía buena de la fallada. Hacía ya dos años que había entrado a la venta de pirotécnicos. Un camión
los repartía y si alguno llegaba fallado, lo
arreglaba por lo que sus manos estaban siempre
llenas de ese polvo negruzco que olía tan mal.
Pricila ya se había acostumbrado al olor, ya que, durante ese mes las calles estaban inundadas de el; eso era lo único que detestaba de diciembre, siempre se
vendían esas cosas que explotaban y le daban miedo.
Ese día las calles estaban atiborradas de gente,
como ya faltaba poco para año nuevo le público estaba impaciente por comprar esas cosas.
Pricila abrazaba a su muñeca mientras veía a la gente
ir de un lado para otro, sentada en esa vereda, siempre ahí, como si le fuese ajeno todo o demás. El sol se ocultó para dar inició a la eterna
noche. Siempre que pasaba eso ella se preguntaba ¿En donde se oculta el sol?
¿Acaso no le gusta este lugar y por eso se va tan pronto?
¡Pum! Se
escucho una fuerte detonación, Pricila saltó del susto, y se quedo mirando a su
mamá, esperando que le dijera que había sido ese sonido tan feo. ¡PUM! ,Otra
detonación pero más fuerte. La gente gritaba y corría calle abajo. Su madre la
cargo y se fue con ella en brazos, dejando atrás su puesto de ventas que tanto
esfuerzo le había costado. Las explosiones se hicieron más seguidas. Pricila veía
los edificios quemarse y el sonido de esas feas cosas no paraba ¡Pum, KATAPLUM!, vio a uno de los compañeros
de su madre saltar a sobre un auto para no ser alcanzado por la explosiones, pero a
penas toco capote del auto fue alcanzado
por una chispa, que cubrió todo su cuerpo en segundos. Aterrada ocultó el rostro en el cuello de su madre
intentando no ver al señor consumirse entre las llamas, pero ya era demasiado tarde ya lo había visto
y sabía que nunca lo olvidaría.
El lugar era un infierno en la tierra, las explosiones no
cesaban había fuego por todos lados, gritos y llantos, el olor a plástico
quemado, la pólvora y a otra cosa de la
que prefería no pensar impregnaba las calles. Su madre siguió corriendo. El fuego combinado con los pirotécnicos
estaba muy cerca, tanto así que vio como petardos pasaban casi a su lado y golpearon la espalda
del señor que corría delante de ellas, tumbándolo por unos instantes. Su madre
paso encima del señor y continuo con su camino; ya era muy tarde para él. El fuego ya lo había alcanzado .
Pareciera
que hubiera pasado una eternidad mientras que era llevada en brazos. Su prpgenitora, cansada y casi
ahogándose por la cantidad de humo que había respirado, se detuvo y la dejó en
el suelo para tomar un poco de aire y divisar alguna vía de escape que les permitiera huir del infierno ardiente. Si embargo, su búsqueda no duro ni un minuto porque escuchó gente corriendo hacia su dirección.
Pricila vio a
su madre intentando sujetarla antes de que el mar de gente las absorbiera. Ambas lograron tomarse de las manos en medio de la huida, era difícil pero lo lograron. Escuchaban las
explosiones tras ellas, estaban muy cerca. La multitud volteo por una esquina y
corrieron con más velocidad; hubo un momento en el que tenían que pasar por encima de unos vehículos a ella le aterraba eso había visto al amigo
de su madre morir así, la mano que la sujetaba la soltó por unos instante, para
luego cargarla pera luego empujarla sobre el capó y así pudiera escapar.
- Vamos mi niña corre que yo estoy detrás
de ti- grito su madre, y Pricila así lo hizo, corrió aunque le costara
respirar. Escuchaba pasos tras ella y estaba segura que era su madre así que
siguió corriendo, los pulmones le ardían
pero eso no evito que continuara. A
penas se tropezaba sentía que unas manos cálidas la ayudaban a
estabilizarse y le daban fuerzas para
que continuara con su camino. Sabia que era su madre que la urgía a continuar,
por eso no se voltio para agradecerle, luego lo haría, cuando estuvieran
seguras.
Giro la última esquina y se encontró siendo
cargada por un hombre vestido de rojo, él sorprendido al encontrarla ahí la reviso
por si tenía alguna herida.
-¿Tu
madre peque?-, Le pregunto el hombre de rojo.
Estaba
apunto de decir “detrás de mi”, cuando se dio cuenta que había un hombre que
salía de la humareda, espero y espero, y
vio a un grupo de gente salir, pero no a su madre. Se sentó en la vereda más cercana
y siguió esperando, esperando hasta que los gritos cesaron, esperando hasta que
el sol salió de nuevo entre las montañas, esperando hasta que la propia
esperanza desapareció.
Ahora ya no se pregunta donde va el sol después del atardecer, pero lo envidia porque él puede regresar pasada la noche, pero aquella mujer que dio la vida por ella nunca pudo, ni podrá.
Ahora ya no se pregunta donde va el sol después del atardecer, pero lo envidia porque él puede regresar pasada la noche, pero aquella mujer que dio la vida por ella nunca pudo, ni podrá.
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